Armonía




Estiro los dedos. Los refresco con un movimiento ondulatorio para atraparme y desprenderme. Aprieto los puños con rabia, con fuerza. Cierro los ojos suavemente y respiro el delicado humo del tabaco. La lámpara que ilumina al “monje en la orilla del mar” queda envuelta en la silueta cambiante de la exhalación. Poco a poco me relajo y vuelvo a abrir los ojos. Escribo e intento reflejar el color de una armonía melodiosa que sobreviva a las embestidas de la realidad. Los primeros acordes flotan a través de las palabras, ellos dan forma al amor infinito. Suenan hermosos cantos de sirena, una llamada desesperada que sólo necesita ser oída con el corazón. Brotan pestilentes los recuerdos que la música exorciza, y en su intento de suicidio trato de acariciarlos y calmarlos, de quererlos y de amarlos. Fluye interminable la corriente evolutiva del espíritu, iluminando cada nota con la conciencia del ritmo vital. Vuelvo a cerrar los ojos para ver a aquellos que siempre han estado conmigo y, uno a uno, los abrazo. Suenan versos de esperanza mientras nos dejamos arrastrar por la secuencia de un pentagrama, y energizados por la clave de Sol, cada uno encuentra su posición. Sólo así supimos que, descubriendo y aceptando nuestro lugar, nace la armonía. Vuelvo a respirar y enciendo otro cigarro. Dejo que mi mirada se pierda tras la cortina de humo que nubla la pantalla de mi ordenador. Y con el final de la canción siento que nunca lo había visto todo tan claro.

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